El cine que pisa fuerte
Texto: Daniela Pereyra
Fotos: Giuliana Trucco
“Baila, canta, sueña, vuela, libre como el huayra”, como el viento irrumpe Isabel en la plaza de un pueblo enmarcado por montañas. Y al ritmo del huayno “Florcita de la Quebrada” empieza “La niña de tacones amarillos”, ópera prima de Luján Loioco que elige el paisaje de Tumbaya en la provincia de Jujuy para contar una historia que trasciende fronteras. La Nave de los Sueños habló con la directora sobre lo que significa el cine, hacer una ópera prima y la actualidad que se plantea en la película.
Foto: Giuliana Trucco |
-¿Cuál es el origen de “La niña de tacones amarillos?
Luján: -Empecé a escribir la historia alrededor de mis veinte años, imaginé una historia que tenía que ver con una chica adolescente, cómo era su día a día, en un pueblito chico, con calor y con la personalidad de querer salir de ahí. Y entonces creé un imaginario, unos personajes, y enseguida salió ella, su madre y un hermano. Al poco tiempo en un viaje por el norte, estábamos con mis amigas en la plaza de Humahuaca y llegó una maestra con un grupo de chicas, que hicieron un baile entre ellas, y me vi en una distancia muy grande con ellas. Y cuando volví, empecé a compartir ideas con Camila, una amiga de la facultad que también es guionista y me ayudó a desenmarañar todo eso que estaba en mi cabeza. Lo que me di cuenta es que lo que estaba tratando de contar era la historia de una chica con una personalidad determinada, que vive en un lugar con determinado código adonde llega un grupo de afuera y por una cuestión cultural y de poder empieza a impregnar con otras normas. Tenía la idea muy fuerte de contar el paso de su madurez y su descubrimiento como mujer, de la mano de interpretar el poder en su belleza, y cómo interpreta un montón de estímulos y de miradas que tienen que ver con la cosificación, que son las mismas que recibí yo en algún punto. Era una verdad que la tenía adentro y que sobre todo en la edad que yo me quería basar, 14, 13 años, es muy violento descubrir que tu cuerpo frente a la sociedad en la que naciste está en peligro. Ese mundillo lo había vivido, lo tenía y por ese lado empezó a armarse la historia.
-¿Por qué elegiste el escenario de Tumbaya para contar la historia?
Luján: -Encontré en Jujuy un lugar con las imágenes que se correspondían con mi imaginario, fue una decisión bastante arbitraria desde el lado creativo, igual cada uno puede hacer el análisis que quiera, pero con ese viaje me quedó la idea de que había un espacio geográfico unido con lo que yo pensaba: el cerro, el pueblo de calor, eran todas cuestiones que yo tenía muy firmes. Unos años después conocí Tumbaya, era el único pueblito que no estaba intervenido por hotelería ni por ferias y lo descubrí como ideal. En la película no hay nombres, y para mí no tiene ninguna verdad documental sobre Jujuy. Es una historia que puede responder a cualquier pueblo latinoamericano y trasciende a cualquier espacio de occidente que tiene la norma capitalista y machista arraigada.
-¿Cómo fue el trabajo desde el guión hasta el rodaje?
Luján: -Fue muy personal, como sucede con muchas óperas primas. Es muy solitario el proceso de ir armando una película en estas condiciones que son las que para mí más se acercan a una libertad de elección. Terminé de armar un proyecto que presenté al concurso Raymundo Gleyzer, del INCAA, quedó suplente y ahí le perdí el miedo a las presentaciones, y a los dos años, con un tratamiento más firme quedé seleccionada para una beca en España de escritura de guión. Presenté el guión al concurso de Ópera prima del Instituto, salió al año siguiente, y ahí empezó otra etapa porque ya tenía la certeza de que la iba a filmar, y se abren otras angustias, y pensás en un equipo, y ahí me encontré con Daniel Werner e hicimos una coproducción. Tacones es una consecuencia de lo que se pudo hacer en todo sentido. El rodaje fueron cuatro semanas, mas dos de previa, y vivimos en el pueblo con la gente. En Tumbaya no hay señal de celular, no hay internet y fue como un shock volver a producir de otra forma, pero también puedo decir que Tacones tuvo mucho más recurso humano que plata, se armó un equipo muy fuerte, porque no tenía el presupuesto óptimo pero si un vínculo y un nivel de talento muy grande. Y el pueblo también operó a favor nuestro en un montón de cosas y hay una paz tan grande que es inevitable que no se te meta, te cambia la energía, te renueva y todo eso hizo que las cosas se resuelvan mucho mejor con las situaciones que teníamos. Son esos vínculos que te quedan y que te dan ganas de volver. Pasaron diez años con un montón de cosas en el medio y hay una persistencia que lo veo con mis compañeros: el que quiere filmar, filma. Y lo que te deja el hacer una película es una enseñanza de desarmar un montón de ideales y la segunda ya la hacés con un camino ya conocido.
-¿Cómo te encontraste con el personaje de Isabel y el resto del casting?
Luján: -Hicimos un casting en Jujuy con una amiga que era mi segunda de dirección. Y antes de ir a Jujuy yo había visto a Mercedes (Isabel), y me había gustado, tenía una cara que daba mucho pero hacía uno o dos años que estaba viviendo en Capital y yo me quería sacar las ganas de ver a alguien del lugar. Ella es muy suave, una chica con una energía muy linda, es muy amena y en mi imaginario Isabel era mucho más brava, por eso también quería ver más chicas. Y en esos dos días de casting cerré los personajes de la madre, el de José, el de Ojeda, y si bien vi a un montón de chicas, no estaba Isabel, no la veía. Hicimos un segundo casting con Mercedes y el grupo, con la madre y con el hermano y lo hicimos en Jujuy y pegaron muy bien, mas allá de la cuestión física que yo les encuentro en la mirada, conectaron de una manera muy linda los tres. Ya tenía al personaje de Miguel (Manuel Vignau), que es un actorazo, y lo fuimos armando, tuve que sacarme el prejuicio de cómo pensaba que era ese hombre con el cual ella se vincula en la obra. Con él ella utiliza un vínculo demasiado adulto para su edad, hay un intercambio mutuo de deseos y de usos de sus cuerpos. Asique el casting se dio en muy poco tiempo pero fue muy precisa la búsqueda.
-El personaje de Isabel es muy complejo, por esa transición entre la niñez y la adolescencia, entre lo que quiere y no tiene, y hay un muy buen trabajo para no estigmatizarla
Luján: -Isabel tiene una personalidad en un contexto y por cómo se fue dando en el proceso de escritura y después en la actuación hay una cuestión de no victimizarla, porque todos tenemos miserias y cosas hermosas, y si la victimizaba iba a ser un cuento que no me iba a interesar narrar. Ella tenía el deseo que era suyo y no quería caer en algo moralista. No la puedo hacer responsable de nada. Jamás podría enjuiciar a una chica de 12, 13 años, ¿desde dónde? Y obvio que tiene un impulso sexual y es irreverente porque es lo que nos pasa a todos a los 13 años y el modo en que Mercedes llevó adelante la actuación ayudó porque tiene esa fuerza y a la vez es muy suave y amorosa y todo eso está en la pantalla.
-¿Cómo se inscribe la película en el actual contexto de violencia de género?
Luján: -La película trata un tema que tiene que ver con el machismo y con la violencia. Pero para mí la lectura es después de que existe la película, no me pasó pensar “quiero hablar sobre este tema y en pos de eso armo una historia”, si no que después que una película o un libro existen hay un subtexto que emana y que puede tener un montón de lecturas que nacen del producto final. Y lo que si siento es que el patriarcado explotó, llegó a un punto máximo de un sometimiento tan voraz que el resultado máximo es que asesinan a una chica cada 30 horas. Hay todo un contexto que avala a un sometimiento, a los golpes y al femicidio, que tiene que con cómo se educa, qué rol se le impone a unos y a otros y eso es lo que realmente nosotros tenemos que modificar. La búsqueda, el debate es por ejemplo hacia el editor, el periodista que saca el titular “Fanática de los boliches”, eso es gravísimo. Entonces esta película como un montón de otras expresiones, el movimiento social de Ni una menos y todo lo que deriva de decir basta y cambiar la forma de educar, forman parte de este momento, y hay toda una lucha feminista que viene de hace muchos años atrás y que te permite mediante un medio o en tu familia o con tu pareja decir yo no lo tolero porque sabés que la voz la tenés. Las actitudes más chiquitas son las que van a hacer que se construya algo más parecido a una libertad y a una igualdad de género. La cuestión de género siempre tuvo que ver con un cuestionamiento mío sobre la libertad, cómo reaccionaría yo si estoy en una situación como la de Isabel y seguramente reaccionaría parecido y hay un montón de cosas que son mías y que se las voy poniendo desde una cosa onírica.
-¿Qué recorrido hizo la película y cómo sigue después del estreno?
Luján: -El año pasado estuvimos en festivales y tuvimos muchísimas pantallas, se difundió bastante. El estreno siempre llega como dos años después del rodaje, uno ya llega cansado, mas con estas películas que vas haciendo todo a pulmón. Como es todo tan complejo el tema de las pantallas yo estoy haciendo lo máximo que puedo pero lo único que espero es que exista el tiempo suficiente para que la noticia llegue al espectador y para que el que le interese pueda acercarse a verla. A mí me interesa que se vea, que se muestre y construir un público lleva tiempo y voy a buscar todas las pantallas que pueda, no sé cuanto tiempo voy a estar en la cartelera oficial y no me quita el sueño, porque sé que tiene que ver con un montón de condiciones que no son ni mías ni de la película, tienen que ver con el mercado.
-¿Por qué elegiste el cine como modo de expresión?
Luján: -Siempre tengo cosas que se me dan como certezas sin mucho análisis, sé lo que quiero hacer y lo voy armando. Cuando tenía 15, 16 años descubrí que existía dirección de cine, y cuando vi que había una carrera, terminé el colegio y me metí a estudiar, y con mucha certeza. Empecé a estudiar cine y me gustó, me divirtió, en los primeros años tuve como esta idea natural de ser directora y no guionista, porque tenía miedo del talento “dado” y son esas cosas rarísimas que tienen que ver con miedos o inhibiciones que cuanto más te las sacás, mas tenés por narrar. La capacidad, el talento es sacarte una máscara, animarte a algo. Las cárceles que uno se arma en su cabeza son muy fuertes y con el tiempo descubrí que para mí el talento era eso, animarse a narrar, a contar, tener una gran sensibilidad. Y de apoco se fue dando, te sentás y tenés cien mil historias, y la idea es esa, trabajarlas.