14 jul 2014

Entrevista a Mariano Galperín y Eduardo Capilla

Vuelta en boomerang al Nuevo Cine Argentino
Nota: Daniela Pereyra. Fotos: Giuliana Trucco y José Ludovico. Producción: Noelia Soledad Gómez, Daniela Caballero, Gabriel Patrono, Mr Miguelius.

En los primeros años de la década del 90 un viento renovador sacudió la escena audiovisual luego de varios años difíciles para la producción local. Este nuevo aire estableció las bases del movimiento cultural que poco tiempo después fue bautizado Nuevo Cine Argentino, expandió nuestra cinematografía y recogió prestigio por el mundo.
Algo que va y que vuelve, pero que ya no es lo mismo. Una idea que toma vuelo, gana altura y remonta. Mil Boomerangs es una película iniciática de esos primeros años de los 90, original y divertida, abrió caminos y trajo nuevos aires a la producción cinematográfica.
Una banda de rock que aterriza en Buenos Aires y una excursión al campo. Escenarios naturales para la reunión de arte, música y color. Planos detalle y campo abierto componen una historia nueva y otra impronta para hacer cine en el país. Veinte años después de su estreno, La Nave de los Sueños conversó con el director de Mil Boomerangs, Mariano Galperín y con el director de arte, Eduardo Capilla. En el momento de la producción del film  transitaban los treinta años, la máxima expresión de su arte y de lo que le deseaban hacer.
Galperín cuenta el nacimiento del proyecto. “En esos años trabajaba sacando fotos. Había hecho algunas tapas de discos de rock, la de Charly Garcia del álbum “Tango”, y me puse a escribir esta historia. La fotografía me gustaba mucho pero sentía que en ese terreno tenía un techo, un momento en el cual iba a decir basta.” Con Eduardo se conocieron en un concierto, y enseguida se hicieron amigos. “Era un momento en el cual el cine argentino estaba en un estado que para mí no era arte. Y la idea era hacer algo con la estética que veníamos manejando que tenía que ver con el mundo del rock.”
Capilla, al momento de definir qué fue lo que los guió, cuenta: “Uno a los 30 años está más convicto. Tenes referencias, pero estás muy convencido de tu  estilo. La película la hicimos tal cual nos gustaba hacer las cosas. Nos gustaban los espacios al margen, más allá de seguir una línea argumentativa dramática. Era una expresión con otra sensibilidad. Armar toda una escena que era expresión de algo casual, sin un contenido que domine, ese gusto por las escenas que parecen no tener importancia. Era nuestro gusto.”
¿Había una intención de provocar un cambio, una ruptura?
Mariano explica: “sentíamos que algo estaba pasando. Era una época en la cual había muchas esperanzas y creímos que se podían cambiar las cosas. Veníamos con otra información, yo había vivido un tiempo en Estados Unidos, y estábamos muy cargados, como para disparar cosas que nos gustaban. Eso nos dio la energía, la fuerza. Sergio Belloti, el productor, tuvo mucho que ver en cómo armamos el equipo. Se autoconvocó, leyó el guion y dijo quiero ser parte de esa película. Nos consiguió un lugar increíble para filmar: un convento desocupado en la localidad de Gándara, y vivimos todos ahí durante un mes, durante el rodaje, en el medio del pueblo que es un pueblo fantasma.  Todo era para nosotros y todos los días era una fiesta.”
Eduardo: “Belloti era un tipo súper inquieto, muy potente, práctico y arriesgado. Hay una mística en la película, la de un grupo, que Mariano interpretó muy bien y lideró, contiene ese espíritu de un modo genial. Éramos como marcianos cayendo en el campo. Estábamos en un estado de desconcierto y era todo maravilloso.  Hay en el guion esa sensación de aleatoriedad, de que no se iba por donde pasaban las cosas, sino por lo que pasaba al lado, continuar una línea del otro lado del cuadro. Tenía ese estado fresco impresionante. Se trataba de ver todo desde un ángulo más espontáneo”
Mariano agrega y reafirma lo que fue hacer el film: “era parte de un juego entre nosotros y nos alcanzaba con pasarla bien.”
Eduardo: “Fue inspiradora. Creo mucho en la trascendencia. Hay algo que es directamente proporcional a una regla del cine: no es como la foto fija o un cuadro, en la que el tiempo de contemplación lo pone el espectador, o la luz encendida o apagada. El cine transcurre en un tiempo corrido y tiene una implicancia directa con el entretenimiento. El entretenimiento que impacta mucho durante la proyección es el que menos dura. Y creo que el comentario más lindo que recibí de la película, es cuando se acordaban de una escena dos años después, se acordaban de estados de ánimo, de frases, de fotos, del sillón.  La intención de entretener no sujeta, y en el cine más relajado hay escenas que te quedan para siempre.
Un camino se iba abriendo paso. ¿Cómo fue la llegada de la película a las salas?
Mariano: “La exhibición siempre fue difícil. Por suerte, en ese momento existía el cine Maxi, donde estaba Octavio Fabiano. Apenas la vio, la valoró mucho, la luchó, y se estrenó ahí. Estuvo tres o cuatro semanas, y la vieron como cinco mil personas. Fue a un montón de festivales, y era muy lindo ver la reacción de la gente en el festival latino de Londres por ejemplo, donde recuerdo que estaba el afiche de la película en el subte en Londres!
¿Cómo cambió sus vidas Mil Boomerangs, veinte años después?
Mariano: Nos la arreglábamos para pasarla bien. En ese momento la moda era un hecho artístico. Siento que antes éramos rockers. Ahora somos viejos rockers!
Eduardo: O viejos rockeándola! Este es un trabajo en el que luchás mucho para hacer cosas con la gente que te interesa. La relación entre nosotros era un hecho artístico, la vida de relación era arte. Y no todos podían hacer cine. Para hacer la película se implementaba el estilo que nos gustaba. Mil Boomerangs nos abrió las puertas del espíritu.

Mariano: Nos abrió puertas propias. 

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